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miércoles, 3 de diciembre de 2008

Mis navidades: Recuerdo de infancia



Cuando era chica, entre los 6 y los 10 años más o menos, el 24 de diciembre era mi día preferido, el mejor de entre los 365. En Reyes y Día del Niño también había regalos, pero no la magía de Noche Buena. En Navidad hay cohetes, brindis, saludos, abrazos y mucha cursilería que en ese momento me gustaba pero con el correr de los años me empezó a molestar. Desde que uno se levantaba se respiraba algo especial en el ambiente, además de los olores provenientes de la cocina, que dicho sea de paso en mi casa se cocinaba como para un regimiento a caballo completo. Además desde que ponías un pie fuera de la cama podías escuchar ruido a “cuetes”, si cuetes, a nadie se lo ocurriría decir “voy a arrojar cohetes”. Hubiera sido víctima de interminables cargadas. La pirotecnia siempre me dio miedo, pero a mi hermano le encantaba y le sigue gustando. Mi mamá traía algo cuando hacía las compras de último momento en el centro de Lomas y aparecía con una bolsita llena de cañitas voladoras, estrellitas, vengalas y demás cosas que hacían a la vista algo agradable y de mucho colorido. Había que escucharlo a Diego diciendo: “Esto es una mierda, no hace nada de ruido” y ahí nomás salía con su bicicleta a recorrer los puestos piratas del barrio. Todavía recuerdo cuando le volamos el buzón a mi abuelo porque se lo llenamos de petardos. Que decepción nos llevabamos cuando llegaba el momento de encender “ese” el “temible” que era gigante y nos había costado una fortuna y no llegó ni hacer un cuarto de ruido de lo esperado. En ese momento queríamos ir y putear al hijo de puta del vendedor que nos había engañado vilmente. Con el correr de los años fuimos aprendiendo que no todo lo caro era bueno y a veces lo más berreta era mejor, “más ruidoso”.
El almuerzo consistía de sanguchitos, jugo y fruta. Algo rapidito y que no ensuciara nada. Mi mamá cocinaba desde temprano, para poder descansar a la hora de la siesta y levantarse fresquito para los últimos prepartivos, bañarse y emperifollarse para la gran ocasión. Además cuando caía el sol empezaban a venir los vecinos a saludar. En lo de mi vieja se comía y se sigue comiendo, primer plato, segundo plato, tercer plato, y la ensalada de frutas, infaltable, los confites y turrones, y para mi vieja si no hay pan dulce no es Navidad. Pero a mi el único Pan Dulce que me gusta es ese que viene cargadito de frutas secas, que sale una fortuna por cierto. Finalmente, a las doce, empiezan a volar los corchos de sidra y ¡pum!,al mismo tiempo que el descorchador de turno grita ¡guarda con los ojos!, o el famoso revolearle el corcho a la parejita que lleva diez años de novios y nunca ponen fecha o al soltero de siempre, y luego llegaba Papá Noel. Cuando llegué a mi adolescencia empecé a fastidiarme cuando a la familia se le ocurría reunirse en otro lado que no fuera mi casa, en mi barrio, donde si me divertía. Hoy en día tengo sentimientos muy raros para estas fechas. Una parte de mi quiere estar con la familia y por otro lado me encantaría quedarme con mi marido y mis hijos, tranquilita, en mi casa.



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