El mate acompaña, está cuando estudiás, cuando leés el diario,
cuando escuchás los partidos por la radio, en el desayuno y en
la merienda, en la plaza o en los parques y en la oficina también.
Cuando viene visita o cuando vas de visita, es lo primero que se pregunta ¿tomás unos mates?. En invierno o en verano, y sin importar la clase social o ideología política ala que se pertenezca, el mate siempre está.
Cada uno lo toma como más le gusta, caliente, tereré, dulce o amargo, con burrito, con menta, con cáscara de naranja o de limón, yerba con o sin palo, con peperina o cedrón. Acompañado de biscochitos de grasa, facturas, buñuelitos o torta frita. Para mi no hay como el mate con pizza fría. Cada uno elegirá de tipo de recipiente, de madera, de calabaza, guampa, caña, de alpaca o plata, loza o porcelana, o en algunos casos cuando nos hemos olvidado nuestro recipiente improvisaremos uno con un simple vaso de vidrio.
La bombilla podrá ser de metal o caña, recta o curva y lo que nunca podrá faltar en nuetras casas, será la yerba. Aunque sea la más barata.
Compañero infaltable en noches de estudio. Mates lavados para no levantarse a cambiar la yerba y perder el ritmo de estudio. Los apuntes de la universidad están llenos de mate.
¿Cuántas veces habremos bancado a un amigo con penas de amor tomando unos mates?
Cuando tomamos mate hablamos y escuchamos, compartimos.
Yo fui una persona tardía en adquirir pasión por el mate. Mis padres de pequeña me dieron a probar, pero su sabor en ese momento me desagradó. Cuando ya fuí adolescente todas mis amistades tomaban mate y yo desencajaba tomando café. Una de mis amigas por aquellos años se tomó la ardua tarea de enseñarme las virtudes de tomar unos verdes entre amigos y desde ese momento, él y yo fuimos inseparables.
Cuando mi hija vuelve de la escuela es el compañero ideal para contarnos nuestro día. Para Germán es esa cosa mágica que mamá y papá toman todas las mañanas. Eso que para él es un misterio y al que, de vez en cuando, le da una probadita.
Y ya me estoy preguntando ¿Cuántas veces tomaré mate esperando que mis hijos lleguen de una salida?
¿Cuántas tardes de invierno uno llega a su casa desesperado por unos mates calentitos?
Antesala de cualquier comida para engañar el estómago. Fue alivio, una caricia calentita para mi pecho en madrugadas con broncoespasmo.
El mate es un ritual, que en mi casa se da cada mañana. Pensamos, discutimos, aclaramos y resolvemos problemas con un mate en la mano. He pasado largas noches de hospital, esperando que mi hija mejore, y fueron más llevaderas por las rondas de mate, que otros padres hacían, para entre todos mitigar el dolor y el miedo. Y fue consuelo en el momento más duro de mi vida. Siempre hay alguien que te invita a tomar unos mates, hacerte companía y escucharte.
Pero ojo, la cosa no es tan simple como poner yerba dentro del recipiente y tirar agua como viene.
No hay que hervir el agua, no hay que llenar el mate hasta el borde de yerba, no abusar del azúcar, no mueva la bombilla, no duerma el mate, cuidar que no se lave.
Y si alguno no comparte el gusto por este noble alimento, aunque sea para arrimarse un tantito a esta cultura, preparece un yerbamatófono y dele una soladita.
Soy de ese barrio de humilde rango,
yo soy el tango sentimental.
Soy de ese barrio que toma mate
bajo la sombra que da el parral.
Imágen:Educared.org.ar
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